Un reciente estudio británico alerta sobre el efecto negativo que tiene en los niños que sus madres y padres beban alcohol de forma esporádica y moderada. La conclusión te hace sentir aún peor: verte achispado, aunque solo sea un poco y de vez en cuando, preocupa, avergüenza y angustia a tus hijos.
Lo acaban de publicar dos instituciones (británica y escocesa) basándose en unas 1.000 entrevistas a hijos y padres que bebían entorno a 14 unidades de alcohol a la semana (el máximo recomendado por las autoridades sanitarias británicas: unas 14 cañas o 7 copas de vino semanales).
Es un informe curioso porque no trata sobre los terribles efectos del alcoholismo o el abuso del alcohol en las familias, sino sobre las consecuencias del consumo moderado.
Es decir, el consumo del 51% de los padres encuestados, que admitieron haberse entonado alguna vez delante de sus hijos. En inglés lo llaman estar tipsy, que suena igual de inocente que estar piripi. El 29% de los padres admitieron, además, haber estado alguna vez borrachos frente a los niños. Y uno de cada tres declaró que no pasaba nada si era una cosa excepcional. Una despedida de soltera. Una cena familiar. Fin de año. Francamente, que tire otro la primera piedra.
¿Y qué dijeron los niños? “Los impactos negativos sobre los niños arrancan en niveles relativamente bajos de consumo de alcohol por parte de los padres” explica el informe. Vamos, que no hace falta que bebas mucho ni con asiduidad para que se den cuenta de que bebes, de que ello te afecta y de que llevas una cervecita de más. Incluso, de que tienes resaca. Así, el 18% de los 1.000 niños se había avergonzado alguna vez de sus padres, el 11% se habían preocupado, el 12% había sentido que les hacían menos caso y el 15% habían visto trastornada su “rutina de acostarse”, ya fuese porque les habían mandado antes a la cama o más tarde de lo normal.
El Instituto de Estudios Alcohólicos, autor del informe, tiene su origen en el Movimiento por la Templanza, una iniciativa social de principios del XIX que promovía la abstinencia y que culminó en la Ley Seca. El título de que el alcohol es “como azúcar para los adultos” se lo dio uno de los niños entrevistados. Otro dijo que era “el lugar feliz” de los mayores.
Ahora entramos en el pantanoso terreno de las opiniones. En los medios británicos no han tardado en aparecer columnas encendidas en contra del enésimo estudio que culpabiliza a los padres por su comportamiento.
El malamadrismo desacomplejado se ha vuelto a defender esgrimiendo que no es para tanto. Irse tarde a la cama o avergonzarse de tus padres no es el fin del mundo. Los niños son más “resilientes” (como ahora se dice “aguantan”) de lo que creemos.
Además, lo importante es quererse, educar en la responsabilidad, la tolerancia y la proporción. Nadie es perfecto, dicen, cada cual hace lo que puede, ya está bien de hacernos sentir culpables. De acuerdo en todo, salvo en lo último.
Voy a romper una lanza por la culpabilidad que, como las copas, hay que tomarla con moderación. “Lo hago lo mejor que puedo” me suena a excusa facilona, tanto como cuando tu madre te dice que eso que hacían en los setenta y que ahora parece un pecado capital de la crianza no era para tanto porque “tú no has salido tan mal”. Ya, mami, pero igual podría haber salido mejor. Alucina, cabe esa posibilidad.